sábado, 11 de octubre de 2008

Un hombre decente en tiempos indecentes.


Llevo una semana dándole vueltas a este artículo sobre el Sr. Newman. Vaya por delante el hecho de que Paul Newman fue, es y seguirá siendo mi actor favorito (con permiso de Burt Lancaster; por ahí van mis tiros). La primera duda me surgía ya con el título, el encabezado, la declaración de intenciones. Y es curioso que haya sido tras visionar este fin de semana “El caballero oscuro”, de Christopher Nolan, cuando, al hilo de un diálogo entre el fiscal (Aaron Eckhart) y Batman (Christian Bale), una reflexión del primero - todo un descorazonador pero no menos cierto análisis de los momentos actuales - sintetizada en una sentencia: “no se puede ser un hombre decente en tiempos indecentes”, me ha hecho comprender la dimensión global de este actor que se ha ido para siempre; y, por añadidura, me ha servido el título que arriba figura y el contenido que a continuación vendrá. Podría haber elegido otros encabezados: “Un par de muletas y un taco de billar”, “El hombre que no tenía ningún plan”, “El verdadero amor de Vanesa”… Todos dan para un buen artículo; diferente el tono, pero respetuosos y admirativos en cualquier caso. Me quedo, no obstante, con el que ya saben.

Hubo un tiempo en que Pepe Martín y yo podíamos mantener una endiabla discusión en torno a lo acertado o no de añadir cualquier clase de queso a unos espaguetis boloñesa en el comedor del International Youth Hostel de Boston, pero en el mall del downtown no nos cabía duda alguna de que el aliño para la ensalada tenía que ser Newman´s Own. Hubo un tiempo en que la mañana de cualquier día por semana era perfecta para despachar unos memorables pinchos de tortilla y unas Coca Colas en el -maldita sea- desaparecido mesón Covadonga de Oviedo, y decidir, entre Pepe Martín, Sergio Caballero y yo, quién era el actor ideal para encarnar a Batman. Los tres coincidimos en que Cary Grant habría hecho grande el papel; ahora estoy seguro de que no habría habido ninguna objeción a otorgárselo a Paul Newman.
Hubo un tiempo en que todo era asequible, en que cualquier cosa podía ser posible. Un tiempo en que había hombres decentes y parecía que incluso los mismos tiempos (aun siendo mentira) lo eran también. Paul Newman era de ese tipo de hombres en esa clase de tiempos.

Paul Newman fue el único actor del método Stanislavski que mando al carajo el método Stanislavski. Quien no se lo crea que tire de videoteca, visione “Dulce pájaro de juventud” de Richard Brooks y continúe con “Camino a perdición” de Sam Mendes. A medida que el Sr. Newman iba cumpliendo películas iba desnudándose de poses, de gestos, de envaramientos, para adquirir una sobriedad, una presencia que lo situaba en la línea de los grandiosos actores sin método: los Cooper, los Peck, los Lancaster, los Mitchum, los Tracy… Díganme un solo actor, salido de esa dichosa escuela, capaz de mantenerse sentado, quieto y callado, frente a una mesa de billar, rodeado de un payaso haciendo cabriolas con el taco y una hermosa Mary Elizabeth Mastrantonio (qué es de esa gran actriz), y comerse la pantalla. Tenía la mejor mirada de Hollywood (con permiso de Elizabeth Taylor) y se ponía unas gafas oscuras porque sus ojos no eran lo importante; no eran lo que él vendía. Un día, hace más de cincuenta años, el hombre más deseado del mundo, se casó con una mujer, y la semana pasada dejó viuda a esa misma mujer. A la misma, en la Meca del cine, sí. A Paul Newman le gustaba actuar, pilotar coches de carreras, vivir en Connecticut, y cocinar. Era un tipo sencillo y cocinaba comida sencilla, comida yankee, hamburguesas, perritos, ensaladas de col… Cocinaba y hacía sus salsas. Y en vez de irse con ellas, un disfraz de Coronel Tapioca y media docena de asistentes a una aldea del África para dar limosna y vender su altruismo, su bonhomía, se quedaba en su racho de Westport, con su esposa Joanne Woodward, sus cervezas, pilotaba algún Ferrari, no apeaba sus gorras de beisbol, mientras los beneficios de sus salsas hacían lo que debían de hacer.

Paul Newman caminaba poniendo en cada paso la precaución de impedir que su propia sombra fuera a escurrirse por la suela del zapato, también solía colocar los brazos en jarra y meditar; consiguió que una muleta interpuesta entre un hombre y una mujer fuera más distancia que la que nadie pueda calcular jamás, e hizo que todos languideciéramos frente al Gordo de Minessota y que en los billares la luz de los fluorescentes, precaria y gélida, fuera una metáfora de nuestros destinos; no necesitaba quitarse las botas de cowboy para hacer feliz a una mujer, y se me ocurren pocos ejemplos más de dignidad ante un jurado o frente a la maquinaria poderosa de una empresa de comunicación, tampoco sé si es fácil montar en bicicleta y silbar el “raindrops keep falling on my head” al mismo tiempo; pero estoy seguro de que dirigió algunas buenas y muy personales peliculas, y que si usted, querido lector, no ha visto aún “El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas” o “El zoo de cristal” es que está rematadamente loco. Así lo creo.

Por Paco Santos

Paul Newman (Shaker Heights, Ohio, 1925 – Westport, Connecticut, 2008). Un hombre decente.

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"Less is more".
(Menos es más).

"In a very long period I really tried to make myself go toward the character and, for the last couple of years, I tried to make the character come to me".
(Durante mucho tiempo intenté de verdad acercarme al personaje y, en los dos últimos años, he intentado que el personaje se acercara a mi).

"Acting is really nothing but exploring".

(Actuar no es otra cosa que explorar).


Paul Newman

1 comentario:

Petraworld dijo...

Buen post, encantada de leerte Paco.