martes, 17 de agosto de 2010

Reflexiones a propósito de Origen, en El Café de Rick de nuestros sueños

Rick (Humphrey Bogart) guardaba los salvoconductos hacia la libertad en el piano que tocaba Sam, en Casablanca. Otro Rick de apellido Deckard (Harrison Ford), decoraba con fotos en blanco y negro su piano, en Blade Runner. Las cosas importantes en esta vida deberíamos poder guardarlas dentro de un piano, como el de Sam, y los fotogramas con los que reinventamos nuestro cine deberían estar encima, adornándolo.

El cine es nuestro valioso espejo mágico. Nos miramos en él para vernos reflejados en la piel de otros y soñar vidas ajenas que hacemos nuestras en viejas butacas desvencijadas, las de los viejos cines desaparecidos de nuestra ciudad. Como espectadores devoramos esos sueños ajenos, convirtiéndonos en replicantes. Es ahí cuando el círculo se cierra: los replicantes de Blade Runner sueñan con ser nosotros y nosotros les soñamos a ellos.

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Origen (Inception) es el título que el director Christopher Nolan ha elegido (del latín incipere, empezar), para su nueva película. Nos propone esta vez un atraco perfecto ideado para algo tan maravillosamente retorcido como cambiar la realidad desde los sueños.

A Christopher Nolan le gusta soñar cine y por eso se atreve a lo imposible: un sueño, dentro de otro sueño, dentro de otro sueño, con el ritmo de un maravilloso ballet, donde la bailarina principal es nuestro Leonardito Di Caprio y sólo exigirnos a cambio un poco de atención, la que hace que nos diferenciemos de los cretinos que van a hablar con su móvil a las salas y sí, por fin, dejarnos llevar por esta gran distorsión de la realidad, que es lo que debe ser el puro cine.

Dice Christopher Nolan en una entrevista que a él lo que le gusta es el cine espectáculo, puro entretenimiento pero con un poco de poso que le invite a pensar el día después. Por eso él mismo suele firmar sus guiones, cosa poco habitual en Hollywood. Sus antecedentes más inmediatos son Batman Begins y El Caballero Oscuro (The Dark Night) donde recupera la verdadera esencia del personaje del cómic, su ambivalencia entre el bien y el mal.

Todo esto me lleva a reafirmarme en algo que siempre he defendido: el cine no necesita más que buenas historias. Y una enorme pantalla como la que tenía el Cine Ayala o el Principado, con eso basta.

Al cine no le hacen faltan incómodas gafas de plástico para tocar las imágenes. A Marilyn, Ava Gardner, Cary Grant o William Holden sólo hace falta contemplarlos, que ya se ponen ellos en movimiento, (movies que dicen en USA). Las gafitas se las dejamos a la estatua que le han hecho a Woody Allen en Oviedo, para que se las rompan, y a los parques de atracciones para ponérnoslas después de subirnos a las montañas rusas. Osea que ya te da un poco igual lo que veas allí después del meneillo.

A propósito. Yo mis gafas siempre me las he comprado en una óptica, para que me las gradúen bien, no vaya a ser que luego la película que vea sea otra.

Para Paco, reinventor de películas en pantalla grande.